Los emprendedores veteranos seguro que recordaréis aquellos funestos años cuando tener que cerrar tu empresa te convertía en un fracasado, un loser, y suponía prácticamente cargarse tu carrera profesional y convertirte en un apestado.
Era una época dura: no había apenas inversores (y los que había eran despiadados, con unos term sheets de helarte la sangre, en plan si esto no sale bien me regalas a tu primogénito), no había formación, mentores, aceleradoras, incubadoras… Vamos, que no había ecosistema. Los emprendedores éramos algo así como los descubridores del antiguo Oeste americano, esos locos que se lanzaban a la aventura con un carromato de madera, arriesgando su patrimonio y su vida por buscar el sueño de algo mejor, enfrentándose a mil peligros y sin ninguna ayuda.
Pero lo peor no era no tener ayuda de nadie. Lo peor era que, si te iba mal, el entorno te machacaba sin piedad. Si tu empresa no iba bien, era porque eras un inútil, y nadie te iba a contratar. Cerrar tu empresa era un puñetero suicidio profesional.
Muchos emprendedores ocultaban en sus CV sus intentos empresariales fallidos. Había gente que cerraba su empresa silenciosamente, sin que lo supiera nadie, o las dejaban como zombies para mantener el secreto y poder buscarse la vida sin ser señalados. Aún hoy hay gente de la vieja guardia que lo hace.
Y es que si creéis que hoy Twitter es duro, teníais que leer lo que se decía en público y privado en la primera década del siglo sobre los emprendedores que fracasaban. Se hacían incluso sesudos análisis por “expertos” de lo que Fulanito había hecho mal. Siempre ha habido capitanes a posteriori.
Pero, ¿a qué llamamos fracaso?
Hace poco una amiga me decía que la palabra fracaso era muy dura y negativa, y que para ella el simple hecho de intentar cosas ya era un éxito. Desde su punto de vista, decir que había fracasado la hundía totalmente, y prefería verlo desde otro punto de vista.
Y yo lo entiendo, pero también creo que hay que llamar a las cosas por su nombre, y que edulcorar la realidad no ayuda a superar los problemas. Por eso antes de seguir, tenemos que definir con claridad qué es fracasar en el emprendimiento, qué entendemos por fracaso.
Lanzar una funcionalidad y que no funcione, no es un fracaso, eso es un test. Lo mismo pasa con una campaña de marketing que no pita, o con un cliente que se nos escapa sin comprar. Son intentos que no han funcionado, pero de los que es posible aprender. Es algo normal en la vida de toda empresa, y para nada hay que dramatizar con eso.
Cuando estás en fase de ideación y validación, y cuando innovas, que una idea se demuestre inviable no es un fracaso: al contrario, te acabas de ahorrar mucho dinero, tiempo y esfuerzo gracias a tener la formación y la metodologías adecuadas.
Ni siquiera cuando una empresa pierde dinero o cuando toca tomar decisiones duras y hay que despedir podemos hablar de fracaso. Todas las empresas pasan por momentos difíciles en un momento u otro, es algo consustancial al emprendimiento.
No, cuando yo hablo de fracaso al emprender no me refiero a pequeños reveses, o a que tengas que pivotar, o a que algo no salga como lo habías planificado.
Me refiero a la bancarrota. A la quiebra. A tener que cerrar tu empresa, a despedir a gente (muchos de ellos amigos), a que todo el dinero y el tiempo invertido se vayan por el sumidero, y a que la idea con la que llevas soñando años se desvanezca para no volver. Es el punto sin retorno, es el final, es la muerte empresarial. Eso es el fracaso al emprender.
Pero hace unos años, además del trauma que supone pasar por algo así (yo lo he vivido y es terrible), encima te veías a los pies de los caballos por tu propio sector, que te ponía el sello de «inútil» por haber fracasado.
Quitándole el estigma al fracaso
Tan grave era el asunto, que los pocos que nos animábamos a emprender en temas disruptivos (a más innovación, más riesgo de fallar), entendimos que era necesario cambiar las cosas. Había que quitarle el estigma al fracaso. Bastante duro era tener que cerrar tu empresa, con todo lo que conlleva, como para encima añadirle que no pudieras encontrar otra salida profesional después.
Así que empezamos a poner el ejemplo de EEUU, donde no estaba mal visto fracasar, e incluso podía verse como una experiencia positiva: si habías fracasado, algo habrías aprendido.
Con la intención de que el fracaso no fuera un San Benito para los emprendedores, le dimos caña a eso de que fracasando se aprende mucho, que los inversores prefieren invertir en alguien que ha fracasado que en alguien que no lo ha intentado, etc..
Se comunicó esa imagen más positiva del fracaso por tierra, mar y aire. Es decir, en artículos, en redes sociales, en eventos… yo mismo di varias charlas, muy celebradas en su momento, sobre los fracasos y errores que había cometido, y cómo eso me había hecho mejor emprendedor.
Ojo, no es que hubiera una estrategia o un lobby coordinado detrás: es que nos lo creíamos, y a veces los “mantras” de un sector se transmiten como las esporas, nos leemos e influimos unos a otros, y eso lleva a que de repente parezca que vamos todos a una. Pero no había un plan. 🤷♂️
Ahora resulta que ¡fracasar mola!
El caso es que, vista la situación actual, nos hemos pasado de frenada. Pero mucho, mucho. 😅
No sé en qué momento pasó, pero tanto dimos la turra que el fracaso ha pasado de ser un estigma a ser una medalla. Ahora resulta que fracasar mola.
Pero no solo es que mole: es que si no has fracasado, parece que eres menos emprendedor. Y que fracasar es vital para tener éxito, por raro que le pueda parecer a un espectador externo. De hecho, se asegura que fracasar es la única forma de aprender.
O al menos es lo que intentan vendernos algunos ¿emprendedores? novatos, y muchos consultores y vendedores de humo.
“Tú lánzate y fracasa rápido, que así se aprende”. “Es mejor probar y fracasar que no intentarlo”. La lista de frases absurdas sobre el fracaso es la leche. Estoy convencido de que la gente que habla de este modo, o bien no ha fracasado nunca, o les sobran el tiempo y el dinero.
Hace poco Juan José Romero lo resumía mejor que yo en un comentario en LinkedIn en referencia a una entrevista que me hicieron en Diario La Razón.
Me decía Juan José que «hemos pasado de estrategias de afrontamiento y aprendizaje del fracaso, a sugerencias de invitación al fracaso como vía de aprendizaje. Muchos gurús invitan a los emprendedores a fracasar pronto y barato, como si eso no dejara huellas emocionales y en autoestima, además de actuar como disuasor para volver a intentarlo”.
No puedo estar más de acuerdo. Fracasar no es solo perder tiempo y dinero: es que te deja MUY tocado emocionalmente, y te planteas si no será todo culpa tuya, si no eres un desastre, etc.. Hay que llevar muchos años y tener una amplia capacidad analítica y la piel dura para poder afrontar un fracaso en toda regla. Sigue Juan José: «Fracasar nunca puede ser un objetivo, entre otras cosas, porque no todo el mundo aprende de los errores. Eso también precisa de ciertas competencias personales”. Y de nuevo lo clava.
¿Aprendemos de los errores, o de los triunfos? 🤔
Por que, ¿es verdad que se aprende de los errores, de los fracasos? Pues eso depende mucho de cada persona. Hay quienes no aprenderán nunca por mucho que fracasen, y hay quienes son capaces de sacar lo mejor de cada experiencia, incluso de las más negativas, y eso les permite aprender.
Lo cierto es que, en el mejor de los casos, si fracasas podrás aprender cómo NO hacer las cosas. Pero sigues sin saber lo que necesitas hacer para triunfar. De hecho, cuando realmente se aprende (de nuevo, si tienes capacidad analítica suficiente y te paras a pensarlo con calma y profundidad), es cuando las cosas salen bien: cuando tienes éxito, has aprendido cómo hacer algo correctamente, el camino idóneo para conseguir tus objetivos.
Esto lo entiende cualquier comercial: si consigues una venta, puedes aprender para las próximas, solo tienes que repetir el patrón: mismo proceso, mismo producto, mismo precio, mismo storytelling, etc.. Pero si lo intentas y no vendes, las razones pueden ser múltiples, y puede resultar muy difícil saber por qué: ¿es el producto? ¿el precio? ¿es mi aproximación comercial? ¿es que el cliente target no es el adecuado? ¿es el timing? Hay tantas variables posibles que es casi imposible acertar.
Por eso fracasar nunca debe ser el camino para aprender. Si fracasas, obviamente intenta aprender y sacar lo mejor que puedas de ello, pero como remataba Juan José Romero, «el reto de todo emprendedor debe ser alcanzar su meta ¡¡a la primera!!, y el fracaso es una posibilidad sobrevenida cuyo riesgo hay que minimizar, no maximizar. Totalmente de acuerdo con la frase de que el fracaso es un drama y hay que evitarlo”.
Hay una cita bastarda por ahí que se atribuye lo mismo a Warren Buffet que a Eleonore Roosevelt, pero sea de quien sea refleja bastante bien mi postura en este tema, y por qué creo que es mejor formarse para evitar el fracaso que fracasar para intentar formarse: «está bien aprender de los errores, pero mejor es aprender de los errores de los demás». Así que ya sabes, si quieres aprender de los errores que hemos cometido los profesores y mentores de Startups Institute, aquí nos tienes. 😊