Cuanta más experiencia tengo como emprendedor, menos valoro las ideas. Y tú deberías hacer lo mismo, porque las ideas no valen casi nada. 🤯
Ya sé que es contra intuitivo, y que una afirmación así molestará a algunas personas. Soy plenamente consciente de que como sociedad hemos elevado a los altares a los inventores, a la gente que tiene ideas brillantes como los creativos publicitarios o los emprendedores innovadores. Pero la experiencia es un grado, y puedo afirmar sin miedo que las ideas no son lo más importante, al menos al emprender.
Ojo, que en el marketing pienso justo lo contrario: es mucho más importante y poderosa una buena idea ejecutada regular que una mala idea con todos los recursos del mundo.
Un buen slogan que ataque con precisión el dolor del target, un argumento brillante, una imagen bien elegida para mostrar el beneficio al cliente, pueden marcar la diferencia. Que se lo digan si no a Apple, cuyas campañas últimamente son terribles a pesar de una ejecución perfecta, porque las ideas que hay detrás no son buenas.
Pero en el emprendimiento pasa justo lo contrario. Claro, la idea es el primer impulso, lo que te mueve a la acción. Ves un problema, se te ocurre una solución (la idea) y eso te lleva a emprender, y eso tiene su importancia. Pero luego hay tantas cosas que afectan a que un negocio funcione o no, que la idea queda en un tercer o cuarto plano, y la ejecución es lo que realmente importa de cara al éxito.
Lo estamos viviendo estas semanas en nuestro Máster de Creación de Startups. Los alumnos han entrado con una idea en mente, y tras 5 semanas esa idea ha sido analizada, baqueteada, atacada, ampliada, rechazada, recuperada, complementada, manipulada… Les hemos hecho dudar de todo, y sobre todo completar su idea con capas y capas de ejecución.
Pensad en todo lo que hay dentro de una buena ejecución, una vez tienes una idea para emprender: análisis de mercado y de la competencia, definición de producto, elección y construcción de marca, elección y desarrollo tecnológico adecuado, estrategia de go to market, selección de público objetivo adecuado, que el pricing sea correcto, elegir bien a tus socios, no olvidarse del marco legal, búsqueda de financiación en las condiciones correctas y siguiendo una estrategia, rodearte y poder fichar al talento idóneo en cada momento de la empresa, trabajar bien los canales de distribución, marcar los procesos de venta, definir los KPIs y sus correspondientes objetivos por equipo, gestionar la cultura interna y las formas de trabajar, marcar el liderazgo…
Cada una de esas cosas (o varias) pueden ir mal, y de hecho en muchos casos irán mal por la falta de experiencia y de formación del emprendedor. Y además todas ellas se repiten en un ciclo sin fin según madura la empresa.
A mayor formación y mayor experiencia, mejor ejecución, y por tanto más posibilidades de éxito. De hecho, es habitual ver cómo empresas con la misma idea tienen resultados diametralmente opuestos, básicamente por la diferencia en la ejecución.
También vemos cómo emprendedores extraordinarios son capaces de pivotar, de cambiar su idea inicial, modificando desde su modelo de negocio hasta la marca si es necesario. Empresas como Twitter, Instagram o Slack, entre otras muchas, son buenos ejemplos de ello: todas empezaron de manera muy distinta a como son hoy.
¿Sabéis lo que, en mi opinión, importa más que la idea? La misión, el objetivo que hay detrás de esa idea inicial. Pero de eso hablaremos otro día.