Cada vez estoy más convencido de que en el emprendimiento hay demasiadas prisas. Y de que éstas no son nada buenas y se llevan por delante a muchos buenos proyectos. Vamos con un post contraintuitivo, de esos que generan debate.
Dice Paul Graham que “una startup es una compañía diseñada para crecer rápido”. Me parece una definición maravillosa por lo que dice, y por lo mucho que calla; pero lo interesante para el tema de hoy es que pone el foco en algo que pocas definiciones mencionan: la velocidad.
En las startups hablamos siempre de ser rápidos, ágiles, flexibles. De la importancia de correr a tope para ir más rápido que las corps y que la competencia, para ocupar el terreno fértil (en el caso de un océano azul) antes de que lo hagan otros.
Se trata de generar network effects lo antes posible, para crear esos “moats” que nos van a proteger ante la competencia. Cuanto antes mejor, y por eso muchas veces no nos preocupamos de la rentabilidad, eso ya llegará una vez estemos posicionados.
Esta necesidad de correr lleva a estrategias de escalado como el Blitzscaling definido por Reid Hoffman, o a metáforas como la de construir el avión cuando ya estás en el aire, o a aplicar el terrible “fake it till you make it”.
Comparto que la velocidad es vital, especialmente al escalar una empresa, al entrar en fase growth (de los errores más comunes de esta etapa hablaré pronto). El problema es cuando se quiere correr sin haber validado nada todavía, es decir correr antes de empezar a andar. Obviamente cuando tienes poca caja no conviene dormirse en los laureles. Hay que ir rápido porque si se acaba la pasta, y aún no facturas porque ni siquiera tienes producto, hasta luego Maricarmen.
Por eso molan la metodología lean, construir MVPs, y demás técnicas que permiten ser mucho más rápidos a la hora de dar con el perseguido product-market fit. Ahorras tiempo y dinero.
O sea, que en fases iniciales también hay que correr. Pero hay que saber cuándo conviene lanzarse al sprint para no correr al vacío. Si revisamos la definición de Paul Graham, “una startup es una compañía diseñada para crecer rápido”, hay una palabra que pasa casi desapercibida.
“Diseñada”. Ojo al dato. “Compañía DISEÑADA PARA”. Cuidado, porque diseñar algo supone planificar. La RAE en su segunda acepción dice que un diseño es un “proyecto, plan que configura algo”.
O sea, que antes de “crecer rápido”, el bueno de Paul, que de esto sabe una miaja, dice que hay que “diseñar”. Pensar. Analizar. Definir. Contrastar. Volver a pensar. Y luego, una vez pensado y cuando tengas las cosas claras, ejecutas.
Y ahí sí, en la ejecución, con un plan claro y concreto y que contemple distintos escenarios, puedes correr. El problema es que hay muchas, muchísimas startups, que corren sin haber pasado antes por la fase de diseño, de pensar.
Siguiendo el falso mantra de que no importa equivocarse porque te permite aprender, o de que de los fallos se aprende más que de los aciertos , la gente se lanza a la carrera sin pararse a pensar lo más mínimo. Con los resultados esperables, claro, que son, básicamente, perder el tiempo, tirar el dinero y, con suerte, aprender algo. Aunque también os digo una cosa: si no pensaste antes de empezar, quizá tampoco te pares a pensar lo suficiente para tener un buen aprendizaje de un fracaso.
Porque el fracaso per sé no enseña. Lo que enseña es el análisis, sea de un fracaso o de un éxito. Lo desarrollé hace poco en este tuit.
A lo que iba, y como diría Javier G. Recuenco, despedida y cierre: que correr sí, que está muy bien ser ágiles, rápidos y flexibles. Pero que si corres sin cabeza, sin análisis, lo más probable es que te estampes con un muro o te caigas por un precipicio. Así que piensa, coñe.