Hace unos años, en un curso de Liderazgo Global en la escuela de Gobierno John F. Kennedy, nos pidieron que hiciésemos un trabajo para definir nuestro propósito vital. Para ello nos organizaron en grupos de 5 para hacer múltiples reflexiones, una de ellas tenía que ver con identificar cuál era nuestro “grupo de apoyo”, es decir, qué personas teníamos en nuestra vida a las que podíamos acudir con total confianza y vulnerabilidad en caso de estar pasando por serias dificultades personales o profesionales.
Cuando empezamos a compartirlo hubo dos personas que permanecieron en silencio. No podían compartirlo porque no tenían grupo de apoyo. En el descanso una de ellas me dijo entre lágrimas que no tenía a nadie, que en los periodos más complejos de su vida luchaba y sobrevivía a solas. Aquello me impactó profundamente ¿Cómo era posible? ¿En qué momento personas tan brillantes habían llegado a perder la conexión con los que más querían, con los que de verdad les podían ayudar en los momentos más complejos?
Traigo a colación esta anécdota porque hace poco Startup Snapshot publicó un estudio sobre «Salud mental y Emprendimiento» con una muestra de más de 400 emprendedores israelíes, europeos y americanos. El informe arroja datos difíciles de digerir como que el 72% de los emprendedores reconoce que el emprendimiento ha pasado factura a su salud mental. De ellos el 44% manifiesta haber sufrido estrés muy alto, el 36% burnout, el 37% ansiedad, el 13% depresión y el 10% ataques de pánico.
Más de la mitad de ellos reconoce que no comparten su situación porque tienen miedo a ser estigmatizados por sus equipos, por los inversores, etc. Porque el emprendedor siente que todos sus stakeholders esperan de ellos “la perfección”. Si a eso le sumamos el hecho de que desde que son emprendedores el 60% pasa menos tiempo con su pareja e hijos y el 73% reduce significativamente el tiempo compartido con sus amigos, es obvio que han dejado de fortalecer los lazos con su grupo de apoyo más cercano.
Pero además hay otro dato que, sumado a lo anterior, provoca una situación explosiva, y es que solo el 23% buscó ayuda profesional de un psicólogo o un coach. Resulta paradójico que, siendo un colectivo tan increíblemente innovador, esté tan anticuado en lo referente a la gestión de su salud mental. Y resulta más chocante aún cuando, resulta que en USA, los inversores antes de entrar en una serie A ya están pidiendo que el founder (e incluso sus C-levels) cuenten con un coah antes de formalizar su inversión.
Y yo me pregunto: ¿En qué momento hemos olvidado que somos seres sociales, que las pesadas cargas que nos trae la vida y nuestros emprendimientos no las podemos sostener exclusivamente sobre nuestros hombros? ¿Qué cuento del superhéroe moderno nos estamos contando? ¿Cuánto tiempo estamos dispuestos a normalizar el estrés crónico y la ansiedad que tan frecuentemente golpea a los emprendedores? Ahí fuera hay gente que nos quiere y profesionales que nos pueden ayudar… Pero esas puertas sólo las podemos abrir cada uno de nosotros. ¿A qué estamos esperando?